Sin pupilas, sin identidad, sólo queda el símbolo: una máscara convertida en reliquia. La pieza reinterpreta al justiciero moderno como un mito arcaico, una deidad nacida del miedo y la esperanza.

El Vigilante Eterno cuestiona la naturaleza del ícono y la fragilidad de quienes lo encarnan. ¿Qué queda del hombre cuando su máscara sobrevive? En su silencio pétreo, la obra transforma al superhéroe en monumento, recordándonos que toda figura de poder acaba convirtiéndose en ruina o leyenda.