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No mira el horizonte: lo posee. Su casco refleja las luces del poder humano, frías, distantes, efímeras— mientras su cuerpo permanece inmóvil, como si la gravedad ya no lo afectara.
Alakazam es una invocación silenciosa al control y la ilusión: la magia del dominio frente al vacío interior. El mago y el explorador se confunden en una misma figura, suspendida entre el vértigo de la conquista y el cansancio de la trascendencia.
